3 Yo solo pisé el lagar, y ninguno de los pueblos estuvo conmigo. Los aplasté con mi ira y los pisoteé con mi furor. Su sangre salpicó mis mantos y manché todas mis ropas. 4 Porque el día de la venganza está en mi corazón, y vino el año de mis redimidos. 5 Miré, y no había quien ayudara. Me asombré de que no había quien ayudara. Entonces me salvó mi propio brazo y me sostuvo mi ira. 6 Pisoteé pueblos con mi ira. Los embriagué con mi furor y derramé su sangre en la tierra.
10 Pero ellos se rebelaron y entristecieron a su Espíritu Santo, por lo cual se volvió su enemigo. Él mismo combatió contra ellos.
11 Entonces recordó los días antiguos de su esclavo Moisés y de su pueblo, y dijo: ¿Dónde está el que los sacó del mar con el pastor de su rebaño? ¿Dónde está el que puso su Espíritu Santo en él, 12 el que envió su glorioso brazo para que estuviera a la mano derecha de Moisés y lo guió con su brazo glorioso, el que dividió el mar ante ellos y se ganó renombre eterno, 13 el que los condujo por el fondo del mar, como se conduce el caballo por el desierto sin tropezar?
14 El Espíritu de Yavé les dio reposo así como al ganado que baja al valle. Así condujiste a tu pueblo para darte un Nombre glorioso.
17 ¿Por qué, oh Yavé, nos dejas desviar de tus caminos y endureces nuestro corazón a tu temor? Regresa por amor a tus esclavos, las tribus de tu heredad. 18 Por poco tiempo tu pueblo santo poseyó tu Santuario. Nuestros enemigos lo pisotearon. 19 Somos como aquellos sobre quienes Tú nunca señoreaste, sobre los cuales nunca fue invocado tu Nombre.
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